USTEDES SI QUIEREN ME CREEN O NO (Para Joaquín Sabina)

Posted: 27 October, 2022 in 2022
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            Para Joaquín Sabina

—Tengo un laberinto.

            En mi oído sonó la voz de la asistente del doctor Sabrina. Pero si era yo quien pagaba terapia para que me curaran la vida cual pájaro que visita al psiquiatra.

            —Qué lástima, Tere.

            Mentí sin sentirlo mucho y haciendo de tripas corazón.

            —¿Existe otra Macorina Vargas? —continuó.

            Dudando de mi duda y mi quizás, le juré que eso era imposible. Y yo estaba en lo cierto. Lo estaba, porque la rama Vargas de mi familia, que había llegado desde Cuba a Lima con perrito décadas atrás, era solo una, y nadie, pero nadie, podía haber tenido la (mala) suerte de ser llamada Macorina. Y de cariño, Maki. Como un enrollado japonés…

            —Tengo anotada para mañana a las diez una consulta bajo ese nombre. Podría ser un error ya que tienes cita este jueves, este viernes y el miércoles que vendrá.

            Debo admitir que por tener el corazón en los huesos, hacía diecinueve días y quinientas noches iba a tratamiento para escapar de la tristeza triste que me entristecía, después de haber terminado con mi última pareja o que él terminara conmigo. “Incompatibilidad de caracteres”, en palabras del doctor Sabrina.

            —Qué curiosidad —le dije a Tere—. Iré a ver si aparece la otra Maki. ¿Vive en la Calle Melancolía? ¿Tienes su…?

            —Gracias, te esperamos.

            Interrumpió mi verborrea.

Allí estaba yo, sentada en el sillón Voltaire que me desenmascaraba el alma, aquel martes, puede ser que fuera trece. Y frente a las inquietas pupilas que escuchaban mis historias y aquel peluquín de lujo de ese hombre tan delgado como papel de fumar, nos dieron las diez. Empezaba a querer hablar sobre la otra Macorina, la que no había llegado a la cita, cuando la puerta se abrió.

            —Pase usted.

            Invitó Tere con una especie de mueca.

            —Tome asiento.

           El doctor Sabrina fingió anotar algo en su libreta negra.

            —Vengo de una sala de espera sin esperanza, del bulevar de los sueños rotos. Dos y dos no suman cuatro. Los que esperamos bordamos pañuelos, contamos las horas… —suspiró la otra Maki, con su pelo de plata y carne morena, arrebatándole las musas a Joaquín Sabina. Luego levantó la voz, marcó su presencia, descartó la mía y sin excusar su impuntualidad impertinente agregó: No debería contarlo y sin embargo, yo no quiero un amor civilizado ni que me arrullen como a un gato. Viajo a bordo de un barco enloquecido. Me cansé de los besos con sal, de las noches en vela, de la razón de los espejos. La edad me asedia sin delicadeza…

            El psiquiatra escuchó en silencio, cerró su libreta negra, luego los ojos y viceversa y los abrió para apuntar su frenópata mirada en el apocado ser de Maki y decir con voz briosa y profunda al arquear sus pobladas cejas:

            —Que el maquillaje no apague tu risa. Que una canción se burle del miedo. Las amarguras no son amargas. Si lo que quieres es vivir cien años, no pruebes los licores del placer. Ponte la mano aquí, Macorina.

            El psiquiatra dobló el brazo y colocó su gastada palma en el corazón.

            Se veía acabada la mujer y aunque teníamos un cierto aire, ella parecía haber escapado de una cárcel de amor, de un delirio de alcohol. De pelo fiero peinado a lo garçon, necesitaba hacer músculos de cinco a seis. Su edad sería de unos cuarenta y diez. Algunos menos que yo, que aparento cincuenta y más, quizá por ciertas arrugas sexagenarias que invaden mi piel, me dije y seguí diciendo mientras buscaba participar de esa sabia conversación sabinera, cuando fui interrumpida por mi psiquiatra, ya para ese instante nuestro psiquiatra, quien me hizo callar porque esa boca no era mía…

            —Oiga, doctor —respondió la otra Macorina, mestiza ardiente de lengua libre, con cara de culo de vaso y lágrimas azules de plástico—. ¿Es que acaso no le pago las facturas? 

            —Lo peor del amor cuando termina, son las habitaciones ventiladas, el solo de pijamas con sordina, la adrenalina en camas separadas —se lamentó el terapeuta al parecer más por lo andado que por lo estudiado—. Cómo decirte que el cielo está en el suelo, Maki. Al lugar donde has sido feliz, no debes tratar de volver. ¡Pisa el acelerador, mujer! Que el equipaje no lastre tus alas. ¡Que el fin del mundo te pille bailando! Que el escenario te tiña las canas.

            El doctor Sabrina perfumó sus palabras para darle consuelo. Yo busqué un espejo que me dé la razón. Aproveché para mirar lo que mire y saber que era yo quien estaba allí sentada en el sillón de agotado cuero negro, al lado de una mesa camilla, rodeada de diplomas y libros disfrazados con letras gloriosas de filósofos con caspa, muertos que no se suicidan, perdonavidas con lenguas envenenadas, doctores en chorradas y de Freud, Nietzsche, Breuer y Joaquín Sabina…

            Encontré pañuelos desechables, pero a mi vivo reflejo no lo hallé en ninguna parte.

            —¡Ay, Dios mío! No pido compasión para mis quejas. El desamparo se ocupa de mí. Hasta las suelas de mis zapatos un día no, cuarenta sí, le echan de menos, Acabaré como una puta vieja hablando con mis gatos. Me han vendido amor con espinas, más de cien mentiras, qué importa, lo siento, hasta siempre, te quiero. Su lengua sale en todas mis pesadillas. Para no soñar me hacen falta pastillas. Yo no quiero un amor civilizado con recibos y escenas de sofá. El calendario se viene con prisas… los otoños no doran mi piel…

            Dijo la otra con sus ojeras malvadas y marchitos zapatitos de tacón. Y se quitó el poncho rojo de botón sin ojal mientras por las arrugas de su voz se filtraba la desolación. Parecía que las horas le pasaban de prisa entre el humo y la risa, entre corazones de migas de pan, sombreritos de lata.

            Ay doctor, mi corazón no rima con la realidad. El tren se aleja, el tiempo pasa, los recuerdos me envenenan. Por fin llegó la hora tan temida. Si usted supiera de los besos que perdí por no saber decir “te necesito”. El pan de ayer para hoy no es un buen postre, debes entenderlo bien. ¿Será una racha de amor sin apetito? Yo no quiero comer una manzana dos veces por semana sin ganas de comer. Eso te pasa, Maki, por decir lo que piensas sin pensar lo que dices y tener un sobrenombre tan exquisito. Dime que es falso que ya nunca escribes. Que tu corazón no halla quién lo motive. Escribo, me suicido, resucito… Siento que me he dejado llevar a un callejón sin salida, a una vida de sábanas frías, de alcobas vacías. Duermo de lado, hablo conmigo. Lloro. No es que esté triste, carajo, es que me acuerdo. No puedo olvidar a quien se olvidó de mí. ¿Será locura transitoria? No digas eso, Maki, porque el amor cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren. Odio, amo, acaricio, necesito. Soy un problema, un puto desastre. Un agujero queda para mí. El traje de madera que estrenarás no está siquiera plantado. Hay besos que te dan y resucitan a un muerto. Lo bueno de los años es que curan heridas, lo malo de los besos es que crean adicción. Entiendo que es crudo aceptar que no hay ser humano que no le eche una mano a quien no se quiere dejar ayudar. Para eso estoy yo, Maki…

            ¿Y yo? Cuando doy un paso adelante la otra da dos hacia atrás. Por sus venas ruedan mentiras piadosas que dicen la verdad. Con los años duele más cuando me escucho… Alcé la voz sin ser oída o ¿acaso no dije nada? Yo no quiero domingos por la tarde ni peces de ciudad. Yo no quiero columpio en el jardín. Puedo ponerme triste y decir ¿qué pasa conmigo? Afirmo, niego, grito, dudo, creo. Para no llorar, rio, le guiño un ojo a mi nariz. La Otra. La Otra. La Otra. Muerta la amistad sabe igual que el fracaso. Sudo tinta, suspiro, me enamoro. Que el corazón no pase de moda. No sabía que la primavera duraba un segundo. Yo quería escribir la canción más hermosa del mundo.

            —Cada vez que te digo que sí, tú opinas que no. Puedo ponerme fuerte y decir que te falta valor, pero es bueno que sepas que en asuntos de amor siempre pierde el mejor —agregó el psiquiatra con evidente erudición.

            Y La Otra le dijo: Es mentira que sepas lo que quiero. Si te cuento mi vida, lo niego todo, incluso la verdad. La vida sigue, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. Y él agregó: Puedo ser tu abogado y tu juez y también tu doctor, porque incluso en estos tiempos soy el mejor, tu miedo y tu fe, tu noche y tu día, tu rencor, tu por qué, tu agonía. O tal vez ese viento que te arranca del aburrimiento.

            —No soy yo, ni tú, ni nadie, son los dedos miserables que a la hora de los locos le dan cuerda a mi reloj.

            Dijo ella o acaso fui yo. Como te digo una co… te digo la o…

            De pronto me vi como un perro de nadie ladrando a la puerta del cielo y, al observar a La Otra que era yo, inocente y perversa, repantigada en mi sillón con mis labios y risa y mis ojos que hipnotizan, antes de que me carcomiera el lastre de mi propia vida, acepté que no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió.

            Con voz de rayo de luna llena, a las diez y nunca, tronó el timbre que anunció el final de la consulta.

            —La cuenta está saldada, ahórrate el acuse de recibo. Soñar sale gratis, tengo prisa—le dije a Tere o a Sabina.

            El portazo sonó como un signo de interrogación y, cual gata valiente de piel de tigre, me marché sin decir llamaré un día ni adiós.

No pido perdón. Es hora de huir. De besar. De soñar un imposible parecido al amor. Usar champú de arena, jugarme la boca. Tener la frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta.

            El verbo amar puede reinventar mi historia al ritmo de la lluvia sobre las capotas.

            ¡Que el fin del mundo me pille bailando! Por la ventana ¡tiro la ropa!

            Tengo granos, discuto y me equivoco. ¡Que se enfaden las flores, que vuelvan las cigüeñas al calendario!

            Superviviente, sí, ¡maldita sea!

            Es momento de desahogar la lluvia que arrastro en mi maleta. De ser feliz por joder. De envejecer sin dignidad. De pedir un taxi a la estación del tranvía. De cambiar de rumbo sin sentirlo mucho. Viajar con el corazón pintado. Perderme en el trajín del Barrio de la Alegría. Borrar alertas rojas. Dispuesta a todo, incluso a defraudarme. All you need is love. ¡Es mentira que ha muerto el rocanrol!

            Dejaré de hacerle selfies a mi ombligo.

            La otra habita donde habita el olvido que se olvidó de mí y de quien he sido. Pero no soy yo. No, no, no, esa no soy yo.

            Y no es ayer, sino mañana.

            Y al punto final de los finales, le siguen dos puntos suspensivos..

            Rossana Sala.  Noviembre 2022

La mayoría de las frases de este texto son adaptaciones de la letra de canciones del Joaquín Sabina (mi cantante favorito ¡y también el de Maki!… me crean o no).              

Comments
  1. Anonymous says:

    Gracias por alegrarme la madrugada a la manera canalla en que el Conde Pátula de Úbeda se toma en broma los entuertos con que la vida le quiso robar la sonrisa.

    Sabina es también mi cantante infaltable de cada día a la hora de los dos cigarrillos, con el perdón de quienes piensan que ahora ya los vicios no se confiesan.

    Un gusto!

  2. Anonymous says:

    Me alegró la madrugada, a la manera canalla en que los entuertos le dan risa al Conde Pátula de Úbeda, leer y mezclar las historias de esas canciones con la historia que dividí en muchas partes que fue la tuya.

    Gracias!

    Sabina también es mi cantante infaltable a la hora de prender el cigarrillo diario, con el perdón de los que se sonrojan porque en estos tiempos ya los vicios no se confiesan.

  3. Nelson Zuluaica says:

    Otra de tus genialidades, Rossana. El uso que haces de las misteriosas frases poéticas de Joaquín Sabina le dan a tu relato una cambiante atmósfera delirante. Gracias por compartir.

  4. Jorge Atarama Sandoval says:

    Una divertida personalización de las letras de Sabina.

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